Viernes 4 de marzo de 2011
Posada del Arquitecto. O mejor, Mazunte.
Mazunte es un pueblo muy pequeño, de ranchitos y casitas bajas, dispuestas hacia dos playas en forma de herraduras pequeñas. Es un paraíso que supera cualquier otra playa que haya conocido. La arena es dorada y el mar verde, de temperatura templada a fría, ideal para refrescarse del calor infernal. Las playas están rodeadas de montañas y el mar está salpicado de promontorios rocosos. Sobran palmeras por todos lados. Las olas son del tipo heavy metal, que te dejan en posición contorsionista con la malla colgando del dedo gordo del pie en la orilla. Pero todo esto no es lo más interesante, sino el lugar donde me hospedo, la Posada del Arquitecto.
Es difícil describir el lugar. Es una posada montada sobre un pequeño cerro que se mete al mar, con caminitos de piedra blanca y cabañas salpicadas por todos lados. En la planta baja hay un restaurante y una confitería, ambos frente al mar. Demás está decir que el estilo es totalmente rústico. En la cima del cerro está el “dormitorio” común, que es un playón a cielo abierto, con camas colgantes protegidas por techos de paja, con vista panorámica del océano, a unos 100 metros de altura. La sensación que hoy a la noche voy a tener es la dormir escuchando el estruendo del mar, al aire libre, protegido por una red mosquitera que hace parecer el lugar una toldería en el desierto del Sahara. Hay también clases de yoga, y los huéspedes van de cuasi hippie a hippie extremo. Para agregar color, este fin de semana hay en Mazunte un encuentro de circo, lo que hace que haya gente ensayando malabarismo por todo el hostel y la playa.
Lo más curioso es el baño. Está construido de manera tal que desde la “posada” tiene paredes y nadie te ve, pero del otro lado no tiene pared (salvo un metro) y al sentarse en el inodoro uno tiene una vista panorámica de la playa. Desde allí nadie te puede ver porque hay árboles que tapan la visión.
El "arquitecto" es un francés de sesenta años que oscila entre el buen y el mal humor, y que trabaja en malla, descalzo, y evidentemente ha sido el constructor de esta versión cabopolonense de Casapueblo.
Claramente, aquí se trata de vivir en la playa. La decisión tomada es no conocer ningún otro lugar, no bañarme (tan sólo una ducha para sacarme la sal) y hacer nada. El hospedaje cuesta USD 7 y con otros USD 20 puedo hacer las cuatro comidas, así que estos serán cuatro días de vacaciones dentro del viaje.
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