Hostel Zona Rosa
El broche de oro para un día agotador es intentar dormir escuchando a una mujer que canta una canción de Valeria Lynch en un karaoke ubicado a escasos metros de mi hostel. Concretamente, “… qué ganas de no verte nunca más…”. Una canción que perfectamente le hubiera cantado a cualquier avión hace un rato.
Los tres vuelos de TACA fueron excelentes, puntuales, organizados, tranquilos y con excelente servicio de a bordo; pero el periplo fue agotador. Primero, 4h10m hasta Lima, donde tuve una escala de 5 horas. Al bajar del avión, tal vez por haber dormido poco, sentí un dolor de cabeza como pocos he tenido. Tenía hasta ganas de devolver. Solucioné en gran parte la cuestión con unos analgésicos y con un masaje de 15min por el cual pagué la módica suma de USD 10. Aproveché la escala para terminar una traducción y enviarla, ya que en el aeropuerto de Lima hay WiFi gratuito. Desde el aire, había visto a la bella Lima polvorienta y aburrida. En breve, si todo sale bien, nos veremos otra vez tal cual somos: ella majestuosa, yo sin dolor de cabeza.
Luego abordé un segundo vuelo, esta vez hacia San José, Costa Rica. Me senté, cerré los ojos, y los volví a abrir cuando escuché la pregunta “¿pollo o pasta?”. Sí, me había dormido tan inmediata y profundamente que ni siquiera me enteré del despegue. Dormí casi las 3h40m que duró el vuelo.
El aeropuerto de San José resultó ser tan simpático como diminuto.
Al final, un último vuelo rumbo al DF, 2h40m de viaje, el cual soporté a duras penas. Pensé que el trajín de los aeropuertos y los vuelos no iba a ser tan terrible, pero lo fue.
Para completar, el aeropuerto del DF resultó ser un laberinto interminable, creo que habré caminado unos 2 km adentro para poder rescatar mi mochila, pasar por migraciones, aduana y, finalmente, salir.
Ahora estoy en el Hostal Zona Rosa, en el barrio homónimo. La habitación que me tocó en gracia no tiene lockers y el agua sale fría, pero la dueña me prometió cambiarme mañana a otra con lockers y mejor ducha.
Zona Rosa es el barrio, digamos, “bizarro” del DF. En una vuelta que he dado hoy vi librerías, hoteles de lujo, puticlubs, bares gays (de esos leather), bares con música “ranchera”, mariachis, sex shops, una gran cantidad de restaurantes coreanos, un Starbucks por cuadra… Todo enclavado a un paso del corazón financiero de la ciudad. Las casonas y las estatuas en las esquinas hacen inferir que se trataba de un barrio aristocrático hace mucho tiempo, que luego se tornó marginal y que ahora encontró su veta de resurgimiento en este nuevo perfil indefinible. Es viernes a la noche y esto hierve, hierve tanto que hace rato me ofrecieron “arrancarme la barba a mordiscones” (sic) por la calle.
Ahora, a dormir. Por suerte “Valeria” se calló.
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