domingo, 27 de febrero de 2011

día 38 - Guatemala


Domingo 27 de febrero de 2011
Chichicastenango

Hoy es domingo y los domingos, así como los jueves, tiene lugar el mercado en el pueblito de Chichicastenango, considerado uno de los más grandes del mundo. Llegué tras dos horas y media de viaje. Fue otro día de madrugón, el cual espero compensar mañana durmiendo hasta un poco más tarde.

Casi podría decirse que uno tiene que optar por el mercado o por el pueblo, porque la cantidad de puestos que venden desde artesanías hasta gallinas vivas, pasando por frutas y ropa de marca falsificada, es tan grande que apenas se puede ver algo de la arquitectura. En día de mercado, éste lo capta todo.

La imagen más hermosa es la de la escalinata de una de las iglesias, donde se dan citas las vendedoras de flores, cuyos pétalos son utilizados en los rituales sincréticos que los indígenas realizan en el interior del templo.

Lo primero que hice fue, no obstante, evadir el mercado para dirigirme al monte de Pascual Abaj, excelente recomendación de Fernando. Tras una subida de 30 minutos por un sendero se llega a la cima, donde tienen lugar rituales indígenas. Lo interesante de este sitio para el turista es que dejan sacar fotos. Con menos espectacularidad de lo visto en Chamula, pero con el bosque alrededor y la vista panorámica de Chichicastenango, puede observarse en detalle cada paso de los rituales, que constan de fogata, dibujos con sal en el piso, velas que se arrojan al fuego, todo ante una cruz cristiana clavada en el piso. En otro sector, un curandero pasa por el cuerpo de varias personas velas y huevos de gallina, que luego coloca en el fuego, metiendo la mano entre las llamas pero sin quemarse.

El vaivén de los comerciantes, compradores y turistas es agobiante, pero jugoso. Podría decirse que este es el rey de los mercados por mí visitados hasta ahora.


Compro un solo regalo pero caro, unas castañas de cajú y como pollo frito. Los vendedores acosan y los mendigos también. A los patrones les hablan en inglés, que son los que tienen el poder de comprar más cosas. Suplican, persiguen.

A la vuelta, una pareja estadounidense y otra británica comentan sus viajes, y yo espío con mi oreja. No se ponen de acuerdo con Cambodia, los primeros la padecieron, los otros la amaron. Conciden en que Argentina es el destino más perfecto porque lo tiene todo. Dicen que la mujer que golpeaba el vidrio hacía un rato pidiendo limosna estaba crazy.

Eternamente, los que más interactuán y se ponen a la altura de los lugares y sus gentes son los franceses, que no escatiman su idioma, pero suelen tener otra mirada. Además, si ves un grupo de ancianos extranjeros en una excursión riesgosa, no hay duda de que son franceses. Parecen todo terreno a toda edad. No es casual que en muchos lugares uno se encuentre con que los primeros pasos de un estudio arqueológico haya estado en manos de un visionaria francés. Me caen bien.

Los indios no se hacen turismo nunca. No es un invento de su mundo.

día 37 - Guatemala



Sábado 26 de febrero de 2o11
No le digas a mi madre que estoy en...


Ciudad de Guatemala, un lugar peligroso. Menos en el día de su cumpleaños.

Guatemala City (¿por qué ese nombre extranjerizante?) tiene más de 3 millones de habitantes, y es la metrópolis de Centroamérica. Está surcada por autopistas modernas, desborda de verde y ostentaba una animada vida callejera hoy. El centro histórico esta reluctante, con la gente caminando por la prolija 6ta. Avenida. Turistas y paseanderos se dejaban ver por la plaza principal en el centro histórico. El mercado –animadísimo, colorido, uno de los más lindos que visité- parecía un hormiguero. Se puede tomar un menú por apenas USD 2.

La ciudad no es en absoluto lo que había escuchado, salvo de que se trata de la gran ciudad centroamericana. Hay diversas avenidas ajardinadas, que se vuelven peatonal los domingos, y muchos centros comerciales estilo mall americano, como en la mayoría de las grandes ciudades de nuestro continente. Funciona y avanza un sistema moderno de transporte público, y las obras para alojarlo están a flor de asfalto. Para desafiar el preconcepto, almuerzo sushi en el centro comercial Fontabella, donde la fisonomía de los clientes es bien diferente a la que uno ve en el mercado. Nuestro mundo está hecho de estos mosaicos. Una pareja pasea por los corredores con sus dos hijos y la niñera uniformada llevando el carrito, imagen que me repugna.

Seguramente las estadísticas no mienten respecto de la violencia que se vive, pero uno se pregunta hasta dónde es realidad y hasta donde sensación, y quién se beneficia con esa sensación. Bastaba ver agentes de seguridad armados fuertemente en zonas de malls donde claramente nada podía pasar. Por lo pronto, la capital de Guatemala me pareció una urbe con los conflictos, la diferencia de clases y la fuerza de cualquier otra ciudad de nuestro continente. La violencia estará por ahí acechando, pero también está lo otro. También está que no hay un solo papel en el suelo.

Todo esto gracias a Fernando, amigo de la red de viajeros, que fue mi excelente y predispuesto guía por la ciudad, una persona sumamente orgullosa de su ciudad y su tierra. La tecnología se pone también a favor de crear y estrechar lazos.

viernes, 25 de febrero de 2011

día 36 - Guatemala


Viernes 25 de febrero de 2011
La Antigua

Esta ciudad grandiosa se ha mantenido en pie soportando varios terremotos. Fue la capital de la Gran Audiencia de Guatemala en épocas virreinales, y luego del Reino de Guatemala, que incluía casi toda América Central. Los temblores le quitaron su importancia política, pero hoy día ostenta ser una de las ciudades coloniales más lindas del continente, polo turístico del país por excelencia.

Bien preservada, encantadora, con decenas de bares y restaurantes “uno más lindo que el otro”, Antigua es mi actual base de operaciones.

Hoy le dediqué el día, hasta que la lluvia obligó a la reclusión en el hostel. Acá en Guatemala, en muchos lugares, los extranjeros pagan diez veces más la entrada que los nacionales. Hoy fui a varios museos pagando precio de chapín, tan sólo por tener credencial de estudiante. Lo más cómico es que no hay ninguna política al respecto. Tan sólo me mostraba sorprendido y ofuscado por no haber tarifa de estudiante, y enseguida me cobraban el precio nacional. Rebusques.

Cada lugar que se entra –museo, café, restaurante- esconde atrás de su recinto principal algún patio colonial magnífico. Interesante también es la recorrida por las ruinas conventuales y de Iglesias, destruidas por terremotos. La Catedral, por ejemplo, tiene su fachada reconstruida, pero atrás tan sólo hay ruinas. Luego de visitar tantos sitios arqueológicos mayas, con sus templos y palacios, hasta divierte la idea de recorrer ruinas de templos católicos, y me pregunto si se extenderá la moda.

He encontrado aquí también a los acosadores de turista más fáciles de expulsar. Resulta que Antigua es también una meca de la enseñanza de español para extranjeros, y basta decirles a los promotores de los institutos que soy argentino para que se retiren sin demora.

Hoy faltan exactamente 15 días para volver.

día 35 - Guatemala



Jueves 24 de febrero de 2011
De Livingston a Antigua


Bajo el sol abrasador de este lugar sólo asequible por mar, camino por última vez su única calle central y, con una parada previa para desayunar, me acerco al muelle, donde en diez minutos sale una de la cáscaras de nuez blancas y celestes rumbo a la ciudad de Puerto Barrios.

Puerto Barrios es la capital departamental, pero es tan sólo un caserío pobre. Al bajar del bote, me entero que el autobús para Ciudad de Guatemala estaba por partir, así que lo alcanzo en un taxi compartido con otros extranjeros que iban a por él.

Al llegar a la parada, ofrecían un servicio de primera y uno de segunda. El de primera estaba cerrando su puerta y, por impulso, corro hasta él y logro subir. Los demás gringos suben al de segunda. A la media hora de viaje, el bus para adicionado a una fila de camiones. Luego de otra media hora, esta vez detenido, vuelve a moverse por entre camiones que se tornaban más abundantes a cada paso, para detenerse definitivamente en una estación de servicio. Había un corte de ruta por una protesta. Al cabo de otra media hora, nos avisan que “del otro lado” (del piquete) estaba el bus de la misma empresa que venía. La idea era cruzar el piquete con el equipaje y hacer un trueque de ómnibus. Esta opción nos ofrecen a los pasajeros "de primera". De hecho, no volví a ver a "los de segunda". O la ventaja de pertenecer. Así lo hicimos, caminando otra media hora, portando yo mis dos mochilas y la valija de una señora mayor, todo bajo un sol torturante y un calor sofocante. Ya en el segundo bus, partimos rumbo a la ciudad, a la que arribé dos horas y media más tarde de lo planeado. La misma empresa tenía un servicio a Antigua (o “la” Antigua, como dicen acá) una hora después, así que espero.

La visión de la ruta desde el Atlántico hasta la capital me hizo recordar en cierto punto a Bolivia, majestuosos paisajes y mucha pobreza. La llegada a Guatemala City mostró el caos de tránsito característico de cualquier ciudad grande, con construcciones descuidadas y grises.

Era el único pasajero para Antigua, así que me senté en la minivan junto al chofer. Nos pusimos a conversar. Óscar resultó ser una persona inteligente y con una historia de vida muy interesante. Para empezar, cuando le conté que era mi primera vez en la ciudad, se desvío para mostrarme la plaza principal, con el Palacio de Gobierno y la Catedral. Noté una ciudad más tranquila de lo que me imaginaba, con varios turistas caminando y recorriendo las lindas y animadas calles del casco histórico. Rápidamente nos alejamos hacia la Antigua, por una moderna autopista.

Óscar ha vivido cinco años en Estados Unidos como inmigrante ilegal, país al que llegó atravesando México en el conocido tren de la muerte, un tren de carga que va desde el sur hasta el norte. Luego, con un “coyote”, caminó tres días y dos noches por el desierto, escapando en varias oportunidades de posibles agentes de migraciones, durmiendo al acecho de culebras, arañas y otros. Tiene mi edad, pero parece más. Se lo nota emprendedor. Como aprendió inglés, ahora trabaja en la empresa de transporte llevando turistas a Antigua, dice tener un buen salario para lo que es Guatemala. Le dan una casa para vivir en Antigua –lugar por demás encantador-, donde vive con su esposa e hija recién nacida. Me agrada su espíritu emprendedor y vocación de superación, de los cuales dan cuenta su historia comenzada en la pobreza del campo. Nos despedimos con un fuerte apretón de manos, y nos deseamos suerte.

Reboto en varios alojamientos de la Antigua por estar todos ocupados. Finalmente, encuentro lugar en el hostel que quería desde un principio, que según el sistema de HostelWorld estaba completo, pero resultó que no. El Jungle Party es lo que necesitaba para cambiar un poco el esquema de hotelitos con habitación privada y poca vida. Más que un hostel, el Jungle parece un bar, con mesas con velitas, música electrónica y fiesta. Las paredes son multicolores y tiene un patio con hamacas. Ofrece varios desayunos copiosos y elaborados, incluidos en la diaria de tan sólo USD 7.

Me presento a mi compañero de cuarto, un holandés, que cuando le digo que soy de Argentina, me pregunta: “¿Rio de Janeiro o San Pablo?”.

miércoles, 23 de febrero de 2011

día 34 - Guatemala


Miércoles 23 de febrero de 2011
Otro día en Garifunolandia

La camarera puso ante mí un gran plato hondo de loza blanco, con otro llano encima, como quien no quiere que el calor de la comida se escape. Cuando destapó este segundo plato, lancé una exclamación de estupefacción. Lo que veía era una inmensa sopa de color amarillo, en la cual flotaban generosos y abundantes langostinos, un cangrejo partido en dos y un pez entero (con cabeza, aletas, cola), pedazos de banana, papa, zanahoria, ajíes verdes y hojas de cilantro. El aspecto era desmesuradamente delicioso. El líquido elemento presentaba un sabor que equilibraba de manera magistral el plátano, el coco, el ají, la pimienta y el cilantro. A pesar de la presencia de frutas, el sabor era claramente salado. No era agridulce. El cangrejo y los langostinos tramitaron su seducción en mi boca, y sus restos fueron a parar al plato de apoyo. El pescado (¡cuidado con las espinas!) fue desmenuzado con destreza y paciencia. Varias veces tuve que parar para secarme la transpiración, mirar algún punto fijo en el horizonte, respirar hondo, y continuar. El paladar de un hombre nunca será el mismo luego de probar un tapado garifuna.

Salir por el barrio, sobre todo de noche, es sentirme el diferente. Todos son negros y yo blanco. Pasar entre ellos, que además tienen una cultura tan diferente a la mia, me genera cierta adrenalina. Muchos me saludan. Me gustaría tener una beca para estudiarlos, quedándome acá mucho tiempo.

Bastó que me recomendaran no ir a pie, para que lo hiciera. Caminé por la costa de Livingston durante 45 minutos hasta un lugar llamado Playa Quehueche. El mar durante el camino parece más bien un río, por su tranquilidad y color amarronado. La playa es escasa, apenas una línea de arena oscura, a la que desembocan desagues cloacales, y que es usada para depositar basura. Una línea de ranchos garífunas muy pobres la va flanqueando, hasta desaparecer y todo tornarse vegetación. No había llevado la máquina de fotos porque había decidido tomarme un día de recreo como fotógrafo. Tampoco hubiera sido feliz sacar fotos a la gente, porque eso es a lo que más se prestaba el paseo. “Vi” fotos dignas del National Geographic. Mujeres negras caminando por la playa-basural con palanganas en la cabeza, transportando cosas. Hombres cortando a machetazos pescados gigantes. Niños empujando una canoa para entrar al mar. Garifunas en su vida cotidiana, mirando el mar, tirados bajo un alero, pensando vaya a saber qué.

El paisaje cambia al llegar a un riacho que luego de atravesado por un puente colgante maltrecho deja paso a una muy linda y cuidada playa, con un hotel ecológico y un restaurante. Allí pasé mi día, tomando sol, bañándome en el Caribe de esta parte de Centroamérica, que es verde, turbio y cálido. Comí una Quesoburguesa (como, por suerte para nuestra vapuleada lengua, le dicen en Guatemala a la Cheeseburguer), que tenía como acompañamiento papas fritas, ananá y sandía. La digestión fue consumada durante dos horas de relax en una hamaca paraguaya en la punta del muelle, protegida por una construcción de maderas y paja. A la hora del baño, la nota de color estaba dada por el terreno plano, que obligaba a adentrarse casi 300 metros en el mar para alcanzar la cintura. Pelícanos, gaviotas negras y blancas, surcaban la superficie del mar, como si los turistas no estuviéramos allí.

Luego de la selva de El Petén y las magnánimas ruinas de Tikal, y luego del Caribe garifuna de Livingston, Guatemala seguirá batiendo el record de diversidad geográfica en un territorio pequeño, cuando mañana llegue a la ciudad de Antigua, y me encuentre en la montaña, recorriendo una ciudad histórica, considerada la ciudad colonial más linda de América.