lunes, 7 de febrero de 2011

día 18 - Yucatán


Lunes 7 de febrero de 2011

Mérida y Uxmal

Hoy dormí tanto en el autobús que casi no me di cuenta del viaje. Llegué a Mérida a las 6h30am y me fui caminando con mucha tranquilidad por la ciudad que apenas comenzaba a despertar. Mérida es la capital del estado de Yucatán, uno de los tres en que se divide la península (los otros son Campeche y Quintana Roo); asimismo, es la ciudad más importante de toda la región, con casi un millón de habitantes. Pero en este sentido, no lo parece en absoluto. Se trata de una ciudad calma y de aspecto provinciano.

Llegué al hostel Zócalo frente al… zócalo, aunque acá le dicen “plaza grande”. Para descansar un poco de la rutina de compartir habitación, esta vez tomé una para mi solo, casi al mismo precio que las habitaciones compartidas en los otro lugares donde estuve. Noto que aquí en México se tiene una clara conciencia de la industria turística. Todos los servicios, desde los más básicos para mochileros, hasta los impresionantes resorts, son de excelente calidad. El Zócalo no es la excepción. Se trata de una inmensa casa colonial estupendamente conservada, con amplios ventanales que dan a terrazas, con enormes espacios comunes. El desayuno consta de cuatro o cinco frutas (entre ellas, banana con yogur y canela), cereales, panes, huevos, omelette, crepas con dulce, manteca, mermelada, café, té, leche, todo a voluntad. Además, haciendo check-in antes de las 9am (como fue mi caso) te invitan con el desayuno para ese momento. Originalmente me iba a quedar dos noches, pero ya estoy extendiendo una más. Me enteré acá que hay una playa sobre el golfo de México muy buena a tan sólo 30 minutos de autobús, así que me voy a pasar un día allá.

Luego de reservar lo que será mañana, probablemente, uno de los días más espectaculares de todo el viaje (excursión a tres cenotes, con snorkel incluido, a un precio bastante salado pero que supongo que valdrá la pena), salgo rápido hacia Uxmal, para no perder el último bus que con su horario de llegada permite una visita lo suficientemente extensa al sitio arqueológico.

El calor se torna agobiante a media mañana, y la humedad se siente de manera contundente. Noto al caminar por Mérida y, posteriormente, en la ruta hacia Uxmal, el cambio total de paisaje. Estoy en otro México. Yucatán exuda por todos sus poros la palabra “vacaciones”. Voy a las ruinas con ropa liviana y ojotas.

Lo bueno de Uxmal tal vez haya sido la baja expectativa que tenía. Pensé que en este viaje me cansaría de visitar ruinas, pero cada vez que visito una nueva, tengo más ganas de ir a la siguiente. La entrada a Uxmal está dada a partir del fuerte encontronazo con la pirámide del adivinador, colosal, de aristas redondeadas. Gran parte del complejo está formado por diversas estructuras engarzadas entre sí, es decir, no son estructuras aisladas, por lo tanto uno puede caminar por las ruinas como si lo hiciera por la verdadera ciudadela. Pensar que en su momento eran rojo-fuego debido al estuco, sobresaliendo del verde de la selva, las tornas más mágicas. El punto negativo de Uxmal es que la entrada cuesta cuatro veces más que las demás ruinas. Por otro lado, la particularidad de Uxmal está dada por la presencia de centenas de iguanas de todos los tamaños y tipos que merodean por el sitio, llevándose uno varios sustos porque están escondidas y al acercarse salen corriendo de improviso. Dentro de las construcciones, apestan los ruidos de murciélagos, que miran desde el techo con sus ojos rojos.

Vuelvo a Mérida para descansar. La última noche fue en un autobús y las dos anteriores fueron cortas, despertando a las 5 de la mañana, para realizar agotadoras excursiones.

Estoy entendiendo la función del picante en la comida. De hecho, ya me acostumbré y empiezo a sentir su falta cuando la comida no lo trae. Es un concepto gastronómico que nosotros no tenemos: sentir ardor en la boca como potenciador de la experiencia de goce. De hecho, terminada la comida, se siente el ardor durante un largo rato, como si fuera una huella de una sensación de satisfacción infernal. No se trata del sabor, ni del olor. Es el tacto.

(esta última, reflexión realizada ante un plato típico yucateco, la cochinita pibil, que trae un chile muy picante que, prudentemente, viene aparte, y que terminé usando en cantidad)

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