domingo, 6 de febrero de 2011

día 17 - Chiapas


Domingo 6 de febrero de 2011
Yaxchilán y Bonampak


Si fuese una persona normal, hoy estaría volviendo a mi casa, luego de unas vacaciones de 15 días en algún club de playa. Sin embargo, hoy, a las 5h30 de la mañana, escucho un mantra, que es la alarma del celular de la persona que comparte el cuarto conmigo (a quien conozco hace unas escasas horas), porque mi compañera es instructora de ioga. Dejamos nuestro equipaje en el hotel y nos dirigimos a la selva.

En el camino, y tras una siesta, paramos para desayunar en un restaurante que es una gran palapa (quincho) en medio de la selva. Como frijoles en el desayuno. Comí frijoles en el almuerzo, y acabo de comer frijoles en la cena, en este restaurante donde escribo el blog y espero mi autobús hacia Mérida.

El ver la selva, con su vegetación profusa, con los indígenas caminando al costado de la ruta con sus machetes, y las lianas colgando de los árboles, me hace ratificar la excelente decisión tomada.

Llegamos a Frontera Corozal, una aldea a orillas del Usumacinta, desde la cual se cruza en lancha hacia la otra margen del río, que ya es Guatemala. Nosotros tomamos las mismas lanchas, pero para bajar el río hasta las ruinas de Yaxchilán.

Si bien no es tan majestuosa arquitectónicamente como Palenque, el hecho de estar en medio de la selva, y de tener como único acceso un viaje de una hora en lancha por un río enmarcado de jungla, Yaxchilán termina siendo más interesante que su famosa prima. Durante el recorrido escuchamos los temibles aullidos de los monos aulladores, que parecen propiamente los rugidos de un león. Nos cuentan que de noche los jaguares bajan de la selva y recorren las ruinas, imagen que me queda grabada: pienso en la Luna iluminando las piedras, y grupos de felinos recorríendolas. Seguimos senderos internados en la selva, corriendo lianas y trepando por inmensas raíces para llegar a la escondida pequeña acrópolis. Me enamoró de Yaxchilán por completo.

Nuestra siguiente parada, previo almuerzo en Frontero Corozal (y el guía resultó un gordito simpático que nos llevó a un lugar muy bueno a comer), partimos hacia Bonampak, que está compuesta por tan sólo un gran edificio, pero que contiene tres grupos de frescos dentro de bóvedas que son absolutamente majestuosos. Los famosos frescos de Bonampak, que relatan sucesos de la vida política de la ciudad.

(No puedo dejar de usar las palabras “colosal” y “majestuoso” en este diario, pero me encuentro con que no hay mejores palabras para describir lo que estoy viendo que estas).

El guía en Bonampak es un auténtico indio Lacandón. Es muy interesante recorrer una ruina maya guiados por un habitante del lugar, descendiente de quienes irguieron el lugar que uno visita.

Hace ya una hora me despedí de Abigail, y dentro de una hora parto hacia Mérida, ahora sí para comenzar otra etapa del viaje: la península de Yucatán y el mar Caribe.

Sigo esperando en el pueblo de Palenque, lugar sin ningún atractivo, donde merodean turistas que hacen tiempo para mañana volver a aventurarse en este lugar mágico y conmovedor: el estado de Chiapas, rincón indígena de Mesoamérica. Estoy sin bañar, con calor y dolor de pies. Y me espera una noche en autobús.

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