viernes, 25 de febrero de 2011

día 35 - Guatemala



Jueves 24 de febrero de 2011
De Livingston a Antigua


Bajo el sol abrasador de este lugar sólo asequible por mar, camino por última vez su única calle central y, con una parada previa para desayunar, me acerco al muelle, donde en diez minutos sale una de la cáscaras de nuez blancas y celestes rumbo a la ciudad de Puerto Barrios.

Puerto Barrios es la capital departamental, pero es tan sólo un caserío pobre. Al bajar del bote, me entero que el autobús para Ciudad de Guatemala estaba por partir, así que lo alcanzo en un taxi compartido con otros extranjeros que iban a por él.

Al llegar a la parada, ofrecían un servicio de primera y uno de segunda. El de primera estaba cerrando su puerta y, por impulso, corro hasta él y logro subir. Los demás gringos suben al de segunda. A la media hora de viaje, el bus para adicionado a una fila de camiones. Luego de otra media hora, esta vez detenido, vuelve a moverse por entre camiones que se tornaban más abundantes a cada paso, para detenerse definitivamente en una estación de servicio. Había un corte de ruta por una protesta. Al cabo de otra media hora, nos avisan que “del otro lado” (del piquete) estaba el bus de la misma empresa que venía. La idea era cruzar el piquete con el equipaje y hacer un trueque de ómnibus. Esta opción nos ofrecen a los pasajeros "de primera". De hecho, no volví a ver a "los de segunda". O la ventaja de pertenecer. Así lo hicimos, caminando otra media hora, portando yo mis dos mochilas y la valija de una señora mayor, todo bajo un sol torturante y un calor sofocante. Ya en el segundo bus, partimos rumbo a la ciudad, a la que arribé dos horas y media más tarde de lo planeado. La misma empresa tenía un servicio a Antigua (o “la” Antigua, como dicen acá) una hora después, así que espero.

La visión de la ruta desde el Atlántico hasta la capital me hizo recordar en cierto punto a Bolivia, majestuosos paisajes y mucha pobreza. La llegada a Guatemala City mostró el caos de tránsito característico de cualquier ciudad grande, con construcciones descuidadas y grises.

Era el único pasajero para Antigua, así que me senté en la minivan junto al chofer. Nos pusimos a conversar. Óscar resultó ser una persona inteligente y con una historia de vida muy interesante. Para empezar, cuando le conté que era mi primera vez en la ciudad, se desvío para mostrarme la plaza principal, con el Palacio de Gobierno y la Catedral. Noté una ciudad más tranquila de lo que me imaginaba, con varios turistas caminando y recorriendo las lindas y animadas calles del casco histórico. Rápidamente nos alejamos hacia la Antigua, por una moderna autopista.

Óscar ha vivido cinco años en Estados Unidos como inmigrante ilegal, país al que llegó atravesando México en el conocido tren de la muerte, un tren de carga que va desde el sur hasta el norte. Luego, con un “coyote”, caminó tres días y dos noches por el desierto, escapando en varias oportunidades de posibles agentes de migraciones, durmiendo al acecho de culebras, arañas y otros. Tiene mi edad, pero parece más. Se lo nota emprendedor. Como aprendió inglés, ahora trabaja en la empresa de transporte llevando turistas a Antigua, dice tener un buen salario para lo que es Guatemala. Le dan una casa para vivir en Antigua –lugar por demás encantador-, donde vive con su esposa e hija recién nacida. Me agrada su espíritu emprendedor y vocación de superación, de los cuales dan cuenta su historia comenzada en la pobreza del campo. Nos despedimos con un fuerte apretón de manos, y nos deseamos suerte.

Reboto en varios alojamientos de la Antigua por estar todos ocupados. Finalmente, encuentro lugar en el hostel que quería desde un principio, que según el sistema de HostelWorld estaba completo, pero resultó que no. El Jungle Party es lo que necesitaba para cambiar un poco el esquema de hotelitos con habitación privada y poca vida. Más que un hostel, el Jungle parece un bar, con mesas con velitas, música electrónica y fiesta. Las paredes son multicolores y tiene un patio con hamacas. Ofrece varios desayunos copiosos y elaborados, incluidos en la diaria de tan sólo USD 7.

Me presento a mi compañero de cuarto, un holandés, que cuando le digo que soy de Argentina, me pregunta: “¿Rio de Janeiro o San Pablo?”.

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