Martes 15 de febrero de 2011
Tulúm, o un día perfecto para el pez plátano
Muy temprano, alguno de mis compañeros de cuarto salió a desayunar, y al abrir la puerta un haz de luz solar poderoso entró en el cuarto cortando la oscuridad de la noche que todavía se refugiaba entre las paredes. El clima se había puesto definitivamente a favor mío.
Me levanté directo a seleccionar mi desayuno en la computadora, y luego imprimí el ticket del autobús, que puntualmente a las 9 apareció en el fondo del hostel. Las siguientes ochos horas las pasé tumbado en la playa, alternando baños de sol con baños de mar.
Con el mar al cuello, miraba perfectamente mis pies gracias a la transparencia del agua, aunque un metro más allá me rodeaba un turquesa fluorescente. Hacia un lado, sobre un peñasco, las ruinas mayas de Tulúm me saludaban. En frente, una línea blanca de tiza coronada de palmeras era la tierra a la vista.
Vuelvo en el autobús de las cinco. En el hostel hay un dj que pincha música electrónica. En cuanto se vaya, me tiraré a dormir para mañana encarar mi último día por aquí.
Así terminará el primer día de la segunda mitad del viaje. Me recuerdo esperando a Lilo en la puerta de mi hostel en el DF para ir a Coyoacán, y tengo la sensación de que fue hace un siglo.
(¿hay un mochilero que viaja con su perro?)
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