martes, 22 de febrero de 2011

día 33 - Guatemala



Martes 22 de febrero de 2011
Livingston - Siete Altares - Playa Blanca

No es que en mi habitación esté más fresco que en la calle, pero por lo menos acá puedo estar desnudo. Afuera, no se soporta ni una musculosa. Ahora, por suerte, ya está anocheciendo.

A la vuelta del paseo de hoy recogí mi toallón y mi bermuda de la lavandería, lugar al que pedían a gritos asistir. En un rato volveré al centro para probar un tapado y cambiar dinero. Cualquier excusa es buena para caminar por este pueblo encantador.

Los garífunas son verdaderamente un pueblo sin Estado. No puedo parar de observarlos, sobre todo desde mi balcón. Su música es contagiosa, hablan a los gritos y mezclan su dialecto creole con el español. Se visten con ropa y accesorios llamativos.

En una lancha igual a la de ayer partí con un grupo de alemanes (que no se conocían entre sí, fue una casualidad) hacia Siete Altares y Playa Blanca.

Siete Altares es un riacho que desemboca en el mar, con un lecho de piedra que forma pozas y caídas de agua, más exactamente siete, de ahí su nombre. El camino en ojotas por las piedras y las ramas se hace bastante jugado, pero el paisaje lo compensa. Todos salimos ilesos de la contienda. La parte más interesante es cuando uno se debe colgar de una soga oportunamente dispuesta y pasar por arriba de uno de los saltos, corriendo serio peligro de caer. En realidad, si uno cayera, tan sólo terminaría en un piletón de agua refrescante, pero que no le haría nada bien a la cámara de fotos.

La segunda parada, en la cual nos asoleamos durante varias horas, fue la fantástica Playa Blanca. No tan blanca, pero de arena muy clara, con un mar Caribe diferente al que había visto hasta ahora: verde oscuro y turbio, pero con el agua tibia. Lo interesante de la playa es la vegetación selvática que se funde casi con el mar, con ramificaciones de formas psicodélicas. Salvo en un sector donde la playa es amplia, en el resto es apenas una fina línea de arena. Sólo se llega en barco, y en total seríamos unas diez personas. Hay que pagar USD 1,25 por quedarse, pero eso incluye uso ilimitado de reposeras, hamacas paraguayas que cuelgan de palmeras, red de vóley, con una atención cinco estrellas. Venden, además, unos cocos amarillos que tienen el doble de agua que los de Brasil.

El tapado es el plato típico garífuna, una sopa de mariscos y banana, con leche de coco y crema. Veremos si es tan bueno como promete. El precio, por lo pronto, es bastante elevado para Guatemala: USD 12.


Como comentario final, estoy cenando a las 19hs todos los días, adaptado a las costumbres locales.

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