Domingo 27 de febrero de 2011
Chichicastenango
Casi podría decirse que uno tiene que optar por el mercado o por el pueblo, porque la cantidad de puestos que venden desde artesanías hasta gallinas vivas, pasando por frutas y ropa de marca falsificada, es tan grande que apenas se puede ver algo de la arquitectura. En día de mercado, éste lo capta todo.
La imagen más hermosa es la de la escalinata de una de las iglesias, donde se dan citas las vendedoras de flores, cuyos pétalos son utilizados en los rituales sincréticos que los indígenas realizan en el interior del templo.
Lo primero que hice fue, no obstante, evadir el mercado para dirigirme al monte de Pascual Abaj, excelente recomendación de Fernando. Tras una subida de 30 minutos por un sendero se llega a la cima, donde tienen lugar rituales indígenas. Lo interesante de este sitio para el turista es que dejan sacar fotos. Con menos espectacularidad de lo visto en Chamula, pero con el bosque alrededor y la vista panorámica de Chichicastenango, puede observarse en detalle cada paso de los rituales, que constan de fogata, dibujos con sal en el piso, velas que se arrojan al fuego, todo ante una cruz cristiana clavada en el piso. En otro sector, un curandero pasa por el cuerpo de varias personas velas y huevos de gallina, que luego coloca en el fuego, metiendo la mano entre las llamas pero sin quemarse.
El vaivén de los comerciantes, compradores y turistas es agobiante, pero jugoso. Podría decirse que este es el rey de los mercados por mí visitados hasta ahora.
Compro un solo regalo pero caro, unas castañas de cajú y como pollo frito. Los vendedores acosan y los mendigos también. A los patrones les hablan en inglés, que son los que tienen el poder de comprar más cosas. Suplican, persiguen.
A la vuelta, una pareja estadounidense y otra británica comentan sus viajes, y yo espío con mi oreja. No se ponen de acuerdo con Cambodia, los primeros la padecieron, los otros la amaron. Conciden en que Argentina es el destino más perfecto porque lo tiene todo. Dicen que la mujer que golpeaba el vidrio hacía un rato pidiendo limosna estaba crazy.
Eternamente, los que más interactuán y se ponen a la altura de los lugares y sus gentes son los franceses, que no escatiman su idioma, pero suelen tener otra mirada. Además, si ves un grupo de ancianos extranjeros en una excursión riesgosa, no hay duda de que son franceses. Parecen todo terreno a toda edad. No es casual que en muchos lugares uno se encuentre con que los primeros pasos de un estudio arqueológico haya estado en manos de un visionaria francés. Me caen bien.
Los indios no se hacen turismo nunca. No es un invento de su mundo.
En cuanto a los franceses, le haces honor a tus genes, a tu abuela y mi abuelo y mis bisabuelos, gracias por el comentario, me enorgullece, besos
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