sábado, 12 de febrero de 2011

día 22 - Riviera Maya


Viernes 11 de febrero de 2011

Tulúm

Cruzamos la avenida y casi única calle de Tulúm con Humberto y Ricardo. La confusión en la recepción era total. Este hostel tiene un sistema curioso: te dan una tarjeta magnética que sirve para pedir el desayuno, tomar el ticket de transfer gratuito a la playa, comprar bebida, etc.; se usa apoyándola en un lector para luego marcar el pedido en la pantalla de una computadora. Luego, al hacer check-out, uno puede pagar todo junto con tarjeta de crédito. ¿Qué tal? Ángel, el pibe de la recepción, muy divertido contaba que la noche anterior había estado de parranda, y realmente no daba pie con bola. Nadie entiende el sistema, a su vez nos tenía que hacer check-out y un nuevo check-in para los dormitorios, más la gente que se iba o llegaba, en fin… un completo caos. Encima, tuvo tiempo para hacer chistes. Cuando termina el check in, les dice a Ricardo y a Humberto que “estaban en la habitación 6”, y a mi no me dice nada. Entonces yo le pregunto dónde estoy, y me contesta “en la recepción”, ¡cuac! “Yo sé donde estoy porque anoche dormí bien, el que no sabe donde está eres tú, que anoche no dormiste. Por cierto, estás en el trabajo”, fue mi respuesta con una cara de culo importante.

El clima del Weary es el de una comunidad hippie a la vera del mar. Son habitaciones dispuestas alrededor de un gran patio, con hamacas paraguayas y una mesa larguísima. Todos hablan con todos (más de lo normal para un hostel, lo cual es mucho). Por ejemplo, a los cinco minutos de empezar mi desayuno, se me acerca Juan, un argentino músico de tango, que me cuenta de su separación amorosa del día anterior, y que había canjeado en la farmacia unas toallitas que su ex había dejado al irse por un papel higiénico y un jabón.

Las habitaciones son, dicho de manera rápida, un kilombo. Juan le toca cama de arriba de la mía (se había cambiado dejando el cuarto privado donde estaba con su ex) y compartimos el locker, él tiene como único objeto de valor su guitarra, y la guarda con mis cosas. Luego viene el bus para la playa, y parte todo el hostel junto casi como si se tratara de un viaje de egresados. Hay gente de todo el mundo.

Tulúm es el Caribe. Playa blanca, agua turquesa de lejos, transparente de cerca, con temperatura templada. Palmeras, muchas palmeras. Y todo coronado por un sitio arqueológico maya, el único en la costa. La visita a este sitio se tornó complicada. Fui con Ricardo y Humberto, a esta altura mis “amigos” de Tulúm, con quienes charlo mucho y me río mucho. La temperatura era de cuarenta grados, con el sol cayendo a plomo sobre nuestras cabezas, y mientras uno intentaba recorrer las ruinas, veía una espectacular playa caribeña y toda la gente en el agua. Claramente, a la media hora, abandonamos el lugar rumbo a la playa, previo paso por un restaurante a energizarnos con un ceviche de camarones gigantes, matizado con guacamole, tacos de arrachera, agua de tamarindo, etc.

Más tarde, terminé de evaluar el último ítem que transforma a esta playa en la mejor que he visitado: el agua es templada, lo suficientemente fresca como para darle pelea al calor, lo suficientemente cálida como para resultar agradable.

Volvemos en el bus de las cinco para dedicarnos al proceso del baño. Parece que la música va a seguir hasta entrada la madrugada. Espero que el cansancio playero le gane al ruido.

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