viernes, 18 de febrero de 2011

día 28 - Belize



Jueves 17 de febrero de 2o11
Chetumal, "La Isla Bonita" y Caye Caulker

Me estoy balanceando en un sillón-hamaca de madera, en el balcón del primer piso de este hotel de Caye Caulker. Me encandila el reflejo de la luna llena sobre el mar Caribe, que tengo a escasos veinte metros de donde estoy. Hoy ha sido un largo día de traslados.

Dejé Tulúm a las 8am, siempre partiendo en silencio para no despertar a mis efímeros compañeros de cuarto. Al re-armar la mochila, principalmente porque había mandado toda la ropa sucia a la lavandería y entonces debía empezar de cero, encuentro la toalla que había dado por perdida. Eso me llena de satisfacción. Antes de subir al autobús, desayuné una dona y una porción de torta de elote, con un jugo de manzana. Realmente no tenía ganas de comer en el hostel, apesar de tener el desayuno incluido.

Dormí las 4 horas que representa trasladarse de Tulúm hasta la capital estadual, Chetumal, mi destino final provisorio. Chetumal, además de ser la capital de Quintana Roo, es la ciudad fronteriza con Belize. A pesar de ser un poco más caro, decido ir directo al muelle del water taxi que va a San Pedro en lugar de cruzar la frontera en autobús rumbo a Belize City. Mi destino era Caulker, una isla en medio del arrecife de Belize. Una forma de llegar era viajar 5 horas hasta Belize City y allí tomar un water taxi de 1h hasta Caulker. Otra, tomar un water taxi hasta la isla de San Pedro viajando 1h30 y allí hacer conexión con otro de 30min hasta Caulker.

San Pedro es la famosa “isla bonita” de la canción de Madonna (last night I went to San Pedro…), que luego de la canción se transformó en un edén de esparcimiento para un target de gran poder de consumo. Por eso, por tratarse de un lugar exclusivo, supuse que sería más fácil para hacer mi triquiñuela de salir de México con pasaporte argentino y entrar a Belize con el español, para ahorrarme USD 50 de visa. Pensaba que por la frontera terrestre corría riesgo de que cuestionaran mi doble ciudadanía con el solo fin de sacarme plata. El plan funcionó.

Al llegar al muelle de Chetumal comenté a la vendedora de tickets mis intenciones, que enseguida llamó al capitán del barco para que diera su parecer. A su vez, este llamó a un funcionario de migraciones mexicano, que con la mejor onda que uno puede imaginarse vino personalmente y me dijo que me pondría un sello de salida también en el pasaporte español, para que en Belize no pudieran cuestionar nada. A pocas horas de haber dejado México, no puedo más que sacarme el sombrero y reconocer la gentileza de este pueblo, inigualable.

Caminé por la coqueta ciudad de Chetumal hasta un restaurante para comer algo y esperar las 2 horas que faltaban para la salida del water taxi. Me refugio también del calor, que descompone.

Puntualmente me presento en el muelle. Son todos estadounidenses y europeos, yo soy el único sudamericano. ¡NO! Yo también soy “europeo” a partir de ese momento. El barco resulta ser una moderna lancha, con azafata, película y asientos cómodos, como para 30 personas, aunque viajamos unas 15. La lancha saltimbanca por las olas con fuerza bestial.

En ese trayecto a mar abierto por el Caribe, no sólo cambio de país, de idioma, de moneda, de paisaje, sino también cambio de nacionalidad. Ahora soy español.

Arribamos a la isla de San Pedro. No puedo sacarme de la cabeza la canción de Madonna. Como un chiste, al lado de nuestro barco pasa una lancha conducida por un rastafari con “Like a Virgin” a todo volumen.

El trámite de migraciones es rapidísimo y sin inconvenientes. Recibo el sello de entrada y permanencia en Belize en mi pasaporte de la Unión Europea. “Los cagué”, pienso. Estoy feliz. Veinte minutos después partimos hacia Caye Caulker, donde ahora me encuentro mirando la luna. El aire que viene del mar no puede ser más fresco.

En Caulker hay un hostel codiciado por todo mochilero, el ex Tina´s, ahora llamado Iuma´s. Me apresuré al bajar de la lancha para ser el primero en llegar, pero no por mucho madrugar amanece más temprano. No había lugar. Entré hablar con la tal Iuma, que me recomendó tres hoteles baratos a una cuadra. Así fue que terminé en el MiraMar, un lugar engañoso. Es una típica construcción de estas islas: estilo inglés-caribeño, con maderas de color verde pastel, hamacas en el balcón comunitario, construida sobre pilotes, a escasos 20 metros de la orilla de mar. El recepcionista me muestra la única habitación que les queda, que luego noto que es igual al resto: diminuta, con apenas un tragaluz, pero limpia y con dos ventiladores. La cama, me doy cuenta después, está completamente destartalada. El precio es imbatible, apenas 10 USD.

Luego de intentar en vano conectar al wifi del hotel, decido ir en busca de un cibercafé, algún lugar para comer y de paso, ver un poco de este lugar tan exótico. Caye Caulker es una isla de menos de 1 kilómetro de ancho por 7 de largo, aunque una gran parte es una reserva que no se puede visitar. En 40 minutos es posible recorrerla de manera íntegra. No hay autos, sólo bicicletas y carritos de golf. Las calles son de arena. Belize es una ex colonia británica, por lo tanto se habla inglés, pero mezclado con creole y español. La mayoría de la población es negra, porque Belize se tornó refugio para esclavos que huían de sus señores en todo el Caribe y Centroamérica. De hecho, es uno de los enclaves de la cultura garifuna, descendientes de la mezcla entre mayas y negros, cultura vinculada a las islas caribeñas, que coquetea con el mundo rastafari. De hecho, está lleno de seguidores de Bob, que ofrecen good marihuana a cada paso. Está lleno de bares, restaurantes, de un estilo rústico encantador. Otra particularidad de Caulker es que no tiene playa, para nadar hay que zambullirse desde algún muelle.

Dos dólares beliceños equivalen a un dólar americano, y las dos monedas corren con esa paridad indistintamente en el uso. La mayoría de los restaurantes son grill: tienen un parrillero afuera con una parrilla rodante, con una mesa llena de pescados frescos, mariscos y carnes. Uno va hasta allí y elige qué quiere, luego se lo preparan y le agregan el acompañamiento, que puede ser el clásico beliceño rice and beans (arroz y frijoles). Elijo una soberbia brochette de pescado con arroz y verduras al vapor, más una Belikin “the beer of Belize”.

Todo está en inglés. La gente sólo habla inglés, aunque en las tiendas y restaurantes trabajan muchos centroamericanos de habla hispana. Tendré que encarar cada interacción con un frustrante “¿hablas español?”. Se complica especialmente la contratación de la excursión para hacer snorkel en la barrera de coral.

Lo único en común con Buenos Aires es que está lleno de supermercados chinos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario